SENADO DE LA REPÚBLICA
Medalla Belisario Domínguez



GALARDONADO 1999

 

 

SESIÓN SOLEMNE CONMEMORATIVA 

JUEVES 7 DE OCTUBRE DE 1999. 

 
-EL C. SECRETARIO LIZAMA GARMA: Procedo a dar lectura al texto del discurso del senador Belisario Domínguez. 

 “Señor Presidente del Senado: 

Por tratarse de un asunto urgentísimo para la salud de la patria, me veo obligado a prescindir de las fórmulas acostumbradas y a suplicar a usted se sirva dar principio a esta Sesión, tomando conocimiento de este pliego y dándolo a conocer enseguida a los señores senadores. Insisto, señor Presidente, en que este asunto debe ser conocido por el Senado en este mismo momento, porque dentro de pocas horas lo conocerá el pueblo y urge que el Senado lo conozca antes que nadie. 

Señores Senadores.  

Todos vosotros habéis leído con profundo interés el informe presentado por don victoriano huerta ante el Congreso de la unión el 16 del presente. 

Indudablemente, Señores Senadores, que lo mismo que a mí, os ha llenado de indignación el cúmulo de falsedades que encierra ese documento. ¿ A quién se pretende engañar, señores? ¿ Al Congreso de la Unión? No, señores, todos sus miembros son hombres ilustrados que se ocupan en política, que están al corriente de los sucesos del país y que no pueden ser engañados sobre el particular. Se pretende engañar a la nación mexicana, a esta patria que confiando en vuestra honradez y vuestro valor, ha puesto en vuestras manos sus más caros intereses. 

¿ Qué debe hacer en este caso la representación nacional? 

Corresponder a la confianza con que la patria la ha honrado, decirle la verdad y no dejarla caer en el abismo que se abre a sus pies. 

La verdad es ésta: durante el gobierno de don Victoriano huerta, no solamente no se hizo nada en bien de la pacificación del país, sino que la situación actual de la República, es infinitamente peor que antes: la Revolución se ha extendido en casi todos los estados; muchas naciones, antes buenas amigas de México, rehúsanse a reconocer su gobierno, por ilegal; nuestra moneda encuéntrase depreciada en el extranjero; nuestro crédito en agonía; la prensa de la República amordazada, o cobardemente vendida al gobierno y ocultando sistemáticamente la verdad; nuestros campos abandonados, muchos pueblos arrasados y por último, el hambre y la miseria en todas sus formas, amenazan extenderse rápidamente en toda la superficie de nuestra infortunada patria. 

¿ A qué se debe tan triste situación? 

Primero y antes de todo, a que el pueblo mexicano no puede resignarse a tener por Presidente de la República a Don Victoriano Huerta, al soldado que se apoderó del gobierno por medio de la traición y cuyo primer acto al subir a la presidencia fue asesinar cobardemente al Presidente y Vicepresidente legalmente ungidos por el voto popular, habiendo sido el primero de éstos quien colmó de ascensos, honores y distinciones a don Victoriano Huerta y habiendo sido él, igualmente, a quien Don Victoriano Huerta juró únicamente lealtad y fidelidad inquebrantables. 

Y segundo, se debe esta triste situación a los medios que Victoriano huerta se ha propuesto emplear, para conseguir la pacificación. Estos medios ya sabéis cuales han sido: únicamente muerte y exterminio para todos los hombres, familias y pueblos que no simpaticen con su gobierno. 

“La paz se hará cueste lo que cueste”; ha dicho Don Victoriano Huerta. ¿ Habéis profundizado, señores senadores, lo que significan esas palabras en el criterio egoísta y feroz de don Victoriano Huerta? Estas palabras significan que Don victoriano Huerta está dispuesto a derramar toda la sangre mexicana, a cubrir de cadáveres todo el territorio nacional, a convertir en una inmensa ruina toda la extensión de nuestra patria, con tal de que él no abandone la presidencia, ni derrame una sola gota de su propia sangre. 

En su loco afán de conservar la presidencia, don victoriano Huerta está cometiendo otra infamia; está provocando con el pueblo de Estados Unidos de América, un conflicto internacional en el que, si llegara a resolverse por las armas, irían estoicamente a dar y a encontrar la muerte todos los mexicanos sobrevivientes a las amenazas de Don victoriano Huerta, todos menos Don victoriano Huerta, ni Don Aurelio Blanquet, porque esos desgraciados, están manchados con el estigma de la traición y el pueblo y el ejército los repudiarán, llegado el caso. 

Esa es, en resumen, la triste realidad. Para los espíritus débiles parece que nuestra ruina es inevitable, porque Don Victoriano Huerta se ha adueñado tanto del poder que, para asegurar el triunfo de su candidatura a la presidencia de la República, en  la parodia de elecciones anunciadas para el 26 de octubre próximo, no ha vacilado en violar la soberanía de la mayor parte de los Estados, quitando a los gobernadores constitucionales e imponiendo gobernadores militares que se encargarán de burlar a los pueblos por medio de farsas ridículas y criminales. 

Sin embargo, señores, un supremo esfuerzo puede salvarlo todo. Cumpla con su deber la representación nacional y la Patria está salvada y volverá a florecer más grande, más unida y más hermosa que nunca. 

La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a Don Victoriano Huerta por ser él  contra quien protestan con mucha razón todos nuestros hermanos alzados en armas y por consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos. 

Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa porque Don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquel que le sirve de obstáculo. ¡ No importa, señores! La Patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aún con el peligro y aún con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a  ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar la nación en dos meses y le habéis nombrado Presidente de la República, hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la Patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿ dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder? 

Penetrad en vosotros mismos, señores y resolved esta pregunta: ¿ Qué se diría de la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco? 

Vuestro deber es imprescindible, señores, y la Patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo. 

Cumpliendo ese primer deber, será fácil la representación nacional cumplir los otros que de él se derivan solicitándose enseguida de todos los jefes revolucionarios que cesen toda hostilidad y nombren sus delegados para que de común acuerdo, elijan al Presidente que deba convocar a elecciones presidenciales y cuidar que éstas se efectúen con toda legalidad. 

El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso nacional mexicano y la Patria espera que la honraréis ante el mundo, evitándole la vergüenza de tener por primer mandatario a un traidor y asesino. 

Firma: 

Dr. Belisario Domínguez. Senador por el Estado de Chiapas.” 

Nota. Urge que el pueblo mexicano conozca este discurso, para que apoye a la representación nacional; y no pudiendo disponer de ninguna imprenta, recomiendo a todo el que lo lea, saque cinco o más copias, insertando también esta nota, y las distribuya a sus amigos y conocidos de la capital y de los Estados. 

¡ Ojalá hubiera un impresor honrado y sin miedo! 

ES CUANTO, SEÑOR PRESIDENTE. 
  
DISCURSO DE LA C. SENADORA MARIA DE LOS ANGELES MORENO URIEGAS 

Ciudadano Presidente de la República; señor Presidente del Senado; señor Presidente de la Cámara de Diputados; compañeras senadoras; compañeros senadores; estimables diputadas y diputados; señora Jefa de Gobierno del Distrito Federal; Integrantes de la Orden Mexicana de la Medalla Belisario Domínguez; señoras y señores: 
Una ya larga tradición confiere al Senado la responsabilidad de discernir uno de los reconocimientos más altos de la República, la Medalla de Honor Belisario Domínguez. Figura emblemática, Belisario Domínguez representa el valor y la eficacia de la palabra concebida como instrumento de la libertad. 
Es nuestro senador vitalicio, encarna la respetabilidad y la independencia del Poder Legislativo de la Nación. Murió asesinado en defensa de la legalidad, como a todos los hombres y mujeres de valía que nuestro pueblo ha procreado y que surgen luminosos en los momentos más intrincados de nuestra historia nacional, la memoria colectiva lo hizo inmortal. 

Así año con año corresponde a la representación federal en esta Ceremonia Solemne rememorar la fuerza de las ideas, de la palabra y del valor que lo hicieron imperecedero. Pueblo grande que en medio de dificultades y recambios alienta personalidades a la altura de la demanda histórica. 

Belisario Domínguez asume la palabra de la libertad y la libertad de la palabra pronunciada como esencia de identidad. La palabra de ese político decoroso y valiente permanece entre nosotros, lo ha escrito Andrés Henestrosa: “La verdad no muere porque se corte la lengua que la diga”.  

En este contexto de homenaje al valor de la palabra permítaseme referirme a quien hoy galardonamos. Señoras y señores: Cuando la Comisión Senatorial correspondiente dio comienzo al análisis que cada año realizamos para decidir la asignación de la Medalla de Honor Belisario Domínguez surgió pronto el nombre de nuestro compatriota Carlos Fuentes. 

Su candidatura fue aprobada con entusiasta unanimidad, de manera deliberada he recurrido a la palabra compatriota, desde la casa familiar y las primeras letras hemos oído las palabras: patria, patriotismo, compatriota. Y al evocar y conferir a esos vocablos, contenido vital, nos asumimos como una sociedad articulada, como una Nación que se ha salvado y se salvará por el patriotismo de sus hijos. 

Con sangre veracruzana en la venas Carlos Fuentes es uno de los mexicanos más universales, y mientras más mexicano más universal. Ha sido capaz de alternar su portentoso oficio de renovador de la novela mexicana con su también deslumbrante tarea como crítico, a veces irónico, a veces descarnado, siempre propositivo de nuestra vida política y social. 

Fuentes ha contribuido de manera decisiva al lado de mexicanos ilustres como López Velarde y Gorostiza, Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, Rulfo y Octavio Paz, para sólo mencionar a unos cuantos de nuestros creadores fundamentales a situar a la literatura mexicana y a la cultura de nuestro país en los primeros planos de la crítica mundial. 

En más de un sentido Fuentes se ha desempeñado como embajador itinerante de la cultura mexicana. Infatigablemente escribe e infatigablemente publica, edita y polemiza; estimula con acicate esperanzado a los creadores jóvenes, recorre el mundo porque abrevó, al fin y al cabo, en el ejemplo de un prestigiado diplomático, miembro de nuestro honroso servicio exterior. 

Mexicano hasta la médula de su alma, Fuentes se abrió al mundo desde sus primeros pasos: Panamá y Quito, Buenos Aires y Río de Janeiro, Montevideo y Washington, París y Santiago de Chile. Su infancia y su primera juventud, florecen en diversos espacios de nuestro continente. 

Fuentes es un mexicano habituado a mirar lejos. Mientras más lejos mira y viaja, mejor conoce a México, su México, punto de partida de una concepción literaria integral de la vida, y puerto de llegada de su experiencia universal. 

Es el escritor que mejor retrata, y recrea, nuestra vida urbana en este último medio siglo del milenio. Bien dijo Fernando Benítez: “Fuentes escribe empleando el español más mexicano que se ha escrito nunca”. 

Dentro y fuera del país ha difundido y acrecentado nuestro patrimonio cultural. Nos ha visto, y entrevisto, desde su perspectiva latinoamericana y europea. Ha reconocido el mundo y lo ha visto con los ojos de un mexicano universal. Hijo intelectual de grandes maestros, como Mario de la Cueva y Alfonso Reyes. 

Ha recorrido, palmo a palmo, nuestra geografía física y humana. De ese viaje interminable, emergen y cobran fuerza y autonomía, sus personajes y sus temas. Ixca Cienfuegos y Gladys García; Artemio Cruz y Maximiliano; Tezozómoc y Juan Ruíz de Alarcón; el chino Taboada y Jaime Cevallos; el Cura Hidalgo y Emiliano Zapata. 

De manera retadora, Carlos Fuentes ha establecido un compromiso democrático con la literatura y el cine, el teatro y la novela, el ensayo político y el reportaje periodístico; la crítica y la investigación. “Está en el mediodía de sus dones, y aún no ha dicho su palabra final”, dijo Octavio Paz acerca del hoy destinatario de nuestra presea republicana cuando le dio la bienvenida como miembro de El Colegio Nacional. 

Innovador de la narrativa mexicana, Fuentes como su maestro Alfonso Reyes, ha hecho de la crítica, crítica política, literaria, sociológica, filosófica, una forma erudita y exacta de la creación literaria. 

Siempre admiró en Alfonso Reyes, además de sus eminentes talentos, ese otro talento que se ha afanado en imitar, el que es “fruto de la disciplina y de la integridad intelectual en un país de improvisaciones y pretextos, de días y trabajos dilapidados en el sarcasmo y el ingenio de café”, escribe en su ensayo del elogio de Alfonso Reyes. 

Crítico de nuestras realidades y contradicciones, Fuentes las conoce, las descubre y las describe, las denuncia, las novela y hasta puede amarlas. Y, porque las ama, quiere transformarlas. Y para transformarlas escribe de manera compulsiva, porque si no escribiera de este modo, no podría ni respirar. 

Quien hoy recibe la Medalla de Honor “Belisario Domínguez” ha ejercido, y ejerce la crítica del poder, porque conoce con precisión técnica y escrúpulo académico, el poder de la crítica democrática. 

Estamos reunidos aquí para reconocer los méritos eminentes que a nuestro país ha prestado un escritor que ha enriquecido la tradición de los más agudos conocedores de la compleja alma mexicana: Servando Teresa de Mier y José María Luis Mora, Zarco y Altamirano; Luis Cabrera y Molina Enríquez, Salvador Novo, José Iturriaga y Santiago Ramírez. 

He dicho reconocer, y no he dicho premiar. La Medalla de Honor “Belisario Domínguez”, es mucho más que un premio. 

Al recibirla, Rufino Tamayo dijo con emoción: “es la mejor gloria que he conquistado”. El escritor no requiere estímulos para escribir, vive para escribir, porque es la única manera de encontrarse y explicarse en el mundo. 

Por lo tanto, la Medalla de Honor Belisario Domínguez reconoce en la variada obra de Carlos Fuentes la continuidad de un esfuerzo sistemático, por explicar a México en toda su intrincada trama histórica y social, política y cultural, económica e internacional.  

La trabajosa, heroica construcción de nuestro Estado nacional, ese Estado que según palabras del propio Fuentes salvara a México de la anarquía interna y de las presiones externas, la erudita interpretación de nuestra poliédrica y contradictoria relación, con la cultura y el poderío norteamericanos.  

El inacabado debate entre nuestros mundos íntimos constitutivos, el indígena y el español, y eso que podríamos llamar, si me lo permiten, patriotismo latinoamericano, son algunas de las grandes líneas maestras que integran y definen la calidad y la hondura, la densidad y la tensión, la lucidez y el rigor en los escritos de Carlos Fuentes.  

A lo largo de su intensa obra hay un tema recurrente que Fuentes suele examinar con la lupa del dramaturgo o el escalpelo del minucioso narrador. El enorme tema de la política y la democracia en México.  

El cree con vehemencia patriótica en un México cada vez más plural en lo político e ideológico; cree, al mismo tiempo, que los avances democráticos, con rezagos sociales, algunos de ellos que datan de la época anterior a la conquista, como apunta en el Espejo Enterrado, integran una fórmula inviable y grave tensión social.  

Carlos Fuentes, el escritor, el novelista, el analista político, y hombre de su tiempo, recibe hoy la Medalla Belisario Domínguez precisamente por su convicción irrenunciable sobre la libertad de pensar y decir; libertad de expresar formas diversas del pensamiento.  

Al doctor Domínguez, como a Fuentes, los identifica una línea intangible que se consolida en el tiempo: la del valor y el compromiso.  Ambos optaron por esgrimir la palabra como arma de la conciencia crítica; ambos protagonistas de su tiempo, de su historia, dan cuenta de formas de sentir, de vivir y de luchar por la democracia, denunciando en su momento y su circunstancia la injusticia.  

De orígenes tan disímbolos, estos dos mexicanos viven y miran al país en condiciones diversas; en contextos distintos, pero siempre con una perspectiva particular de cambio y constancia.   

El chiapaneco permaneció en Francia 10 años, Carlos Fuentes ha transcurrido buena parte de su vida por el mundo, y ha abrevado de la cultura universal, pero teniendo siempre presente a México y su circunstancia.  

Quizá habría que insistir en que su pasión mexicanista lo ha llevado a creer y a difundir, a ultranza, la existencia de un espíritu nacional; un espíritu donde los mitos no le sirvan de ilustración, sino de explicación.  

Reconoce que la felicidad y la historia rara vez coinciden, y por ello  en América Latina hemos aprendido a escribir novelas para devolverle  un mínimo de salud a la historia.  

El historiador que habita en su pensamiento ha insistido en recordar que los mexicanos tenemos un pasado que se renueva siempre. Nos ha demostrado con absoluta certeza que quienes creen que el pasado está muerto se condenan irremisiblemente a un futuro muerto aun antes de nacer.  

El pasado, que ha logrado recrear en forma magistral está vivo.  Es como un libro que tomamos por primera vez, por ello la utopía tiende a funcionar de dos maneras: mira hacia el pasado y mira hacia el futuro; es la idea de una recuperación del origen, de la validez de una supuesta sociedad de fundación, o es la idea de una sociedad mejor, mucho mejor construida en el futuro.  

Es la posibilidad de una multinarrativa capaz de sustituir la mononarrativa con la que a veces nos encerramos, debilitando el potencial de la creación plural mexicana.                         

Carlos Fuentes ha vivido, sentido y sopesado el transcurrir de un siglo complejo que lucha entre las crisis y la necesidad de una continuidad cultural, que como bien advierte en su valiente mundo nuevo, contrasta dramáticamente con la fragmentación política de nuestro continente, resultado de dolorosos fracasos políticos, en tanto que se ha revelado el vigor de la continuidad cultural, no obstante ellos. 

Ha insistido en que el arte y la literatura son el espacio espiritual de un país, y mientras más libre sea éste, más nos pertenece a todos. 

Por ello, sus obras ni envejecen ni se olvidan, forman parte del colectivo imaginario de México, un espejo desenterrado al cual se asoman los lectores para encontrarse e identificarse con el alma nacional. 

Un espacio en que los personajes son capaces de ampliar los límites de lo real. De ampliar con la fuerza del pensamiento y la imaginación los horizontes de la realidad. 

Señoras y señores: 

 Al final del Siglo XX, el Senado de la República determinó reconocer a un autor cuya obra, talento y biografía le han mostrado al mundo la universalidad de lo mexicano, y cuya narrativa proyecta en el orbe el claroscuro de nuestra multifacética identidad nacional. 

Agradezco a mis compañeras y compañeros, el privilegio de hacer uso de la palabra en esta Sesión Solemne. 

Saludamos la presencia del Presidente de la República en este homenaje a las virtudes cívicas, que reflejan un nuevo tiempo mexicano. 

Nos place la asistencia de nuestros compañeros diputados y la presencia del Ejecutivo Estatal de Chiapas. 

Reconocer a Carlos Fuentes, y exhaltar la memoria de Belisario Domínguez, son decisiones que comparten una misma valoración esencial. 

Creer en la fuerza de México, creer en la grandeza de un país que a través de ciudadanos preclaros, se abre cauce y horada la historia con la huella de su identidad. 

Aspiramos a que el Siglo XXI encuentre una Nación unida en lo esencial, pluriétnica y pluricultural, pero integrada y vigente. 

Un país donde el pensamiento y la sensibilidad de los mexicanos, renueven un pacto de entendimiento y actitud constructiva, con el acuerdo básico de dar pleno vigor a la legalidad. 

Una sociedad, donde el concepto patriotismo no sea expresión vacía y retórica o anacronismo y recurso demagógico, sino que corresponda a una acepción que nutra la cohesión nacional y cuyo ejercicio dé sustento a la unidad democrática entre todos los mexicanos, por encima de filiaciones o discrepancias, al amparo de una democracia pluralista en cuya construcción todos tenemos responsabilidad y en la cual confluyan afinidades, contradicciones y disensos, diferencias profundas y matices, tradición y modernidad. 

En ese robusto heterogéneo y dinámico tejido que será el México del Siglo XXI, el Poder Legislativo habrá de concurrir democrático, plural y representativo de un pueblo decidido a escribir su porvenir. 

Muchas gracias. 

CONDECORACION AL C. CARLOS FUENTES  

EL C. PRESIDENTE  SENADOR CRISTOBAL ARIAS SOLIS: Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. 

Con fundamento en el artículo 100 de la Ley Orgánica del Congreso General, solicito a usted se sirva imponer la Medalla Belisario Domínguez, al ciudadano Carlos Fuentes y le haga entrega del Diploma que lo acredita como miembro de la Orden Mexicana del mismo galardón. 

- EL C. SECRETARIO LIZAMA GARMA: Se solicita a todos ponerse de pie. 
 
DISCURSO DEL C. CARLOS FUENTES 

Señor Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León, Presidente de México; señor senador Cristóbal Arias, Presidente de la Mesa Directiva del Honorable Senado de la República; señor Ministro Genaro Góngora, Presidente de la Suprema Corte de Justicia; señora senadora María de los Angeles Moreno, Presidenta de la Gran Comisión del Honorable Senado de la República -muchas gracias, por sus generosísimas palabras que son ya una segunda recompensa este día-; señor diputado José Paoli Bolio, Presidente de la Mesa Directiva de la Honorable Cámara de Diputados; señores y señoras senadoras y diputados; señoras y señores; amigos todos: 
 
Soy consciente de que ésta es la última vez, en el Siglo XX, que el Senado de la República otorga la presea, que al rememorar a uno de sus más ilustres miembros, nos impone a todos los ciudadanos de México claras obligaciones para llegar con voluntad vigorosa al nuevo siglo y al nuevo milenio. 

Belisario Domínguez, con su ejemplo, le dio un sello de honor a la Revolución Mexicana. La Revolución Mexicana no fue sólo el primer gran movimiento social del Siglo XX; fue el primero protagonizado por un país pobre, injusto e insatisfecho. Fue, por ello mismo, un movimiento para alcanzar la prosperidad, la justicia y la satisfacción.  Fue también, el primer movimiento del siglo que genialmente, supo aunar los derechos individuales y los derechos sociales. 

El Constituyente de Querétaro, con anterioridad a la Constitución Alemana de Weimar, le dio rango superior al Derecho del Trabajo y al Derecho de la Tierra, lado a lado con las garantías de la persona, sobre bases jurídicas tan claras, pero sobre un doloroso trasfondo de lucha fratricida, México creó su propia modernidad. No una simple imitación extralógica de modelos prestigiosos, pero poco avenidos a nuestra realidad, sino una lógica identificación de lo que México era, lo que quería ser y lo que podía ser. Es éste, impulso inseparable de un proceso de identificación nacional, lo que le ha dado a México su perfil.  

La Revolución Mexicana hizo a un lado el modelo único de desarrollo propio de “el Porfiriato”, que era en esencia un modelo excluyente.  

El movimiento por el que luchó y murió Belisario Domínguez propuso un modelo incluyente que abrazase la totalidad de nuestros componentes culturales, México indígena, México ibérico, México mestizo, dándole figura con ello, a una identidad nacional inconfundible. 

La cultura fue la primera y más poderosa protagonista de este acto de auto-reconocimiento; la cultura de México nos dio muy pronto las armas del ser; no fue, sin embargo, a fuer de incluyente, una cultura concluyente. 

Descubrir de nuevo cuanto habíamos sido significó un proyecto doble: por una parte, nos reveló lo que éramos; por la otra, lo que queríamos, podíamos y debíamos ser.  

Sometida a duras presiones internacionales, la Revolución de Belisario Domínguez, demandó unidad nacional, y la obtuvo; pero también demandó aplazamiento de muchas exigencias políticas; otorgó en cambio, grandes beneficios sociales y económicos a una población sometida en 1910 a las fatalidades aparentes de la ignorancia y de la injusticia.  

La unidad del país permitió en gran medida, rápidos avances en materia económica, de comunicaciones, de salud; pero sobre todo, los regímenes revolucionarios educaron. Enseñaron el alfabeto a un país 90 por ciento iletrado en 1910; rescataron las tradiciones indígenas, coloniales e independentistas del país.  

La educación revolucionaria enseñó democracia, enseñó respeto a la opinión ajena, enseñó pluralidad, y enseñó diversidad.  

La educación mexicana, en otras palabras, creó ciudadanos donde antes habían sujetos.  

Es propio de las revoluciones crear instituciones, todas lo han hecho, pero no siempre crean ciudadanos; la nuestra sí.  

Por eso, por eso, tarde o temprano el pacto tácito que daba estabilidad y desarrollo a cambio de democracia, tenía que ser trascendido por la dinámica misma de los factores que aquí he señalado: desarrollo económico, comunicaciones, salud y, sobre todo, educación. 

La demanda ciudadana a favor de la democracia, no fue pues, ni una concesión desde arriba, ni un ciego impulso desde abajo; fue, ha sido, y seguirá siendo una cita concertada entre la voluntad política de un pueblo sabio, y la voluntad política de gobernantes responsables.  

El terrible drama que sacudió a nuestro país en octubre de 1968 puso de manifiesto que la ciudadanía había desbordado al poder, y que los mexicanos habíamos aprendido bien la más profunda lección de Belisario Domínguez, de Francisco I. Madero, y de Emiliano Zapata.  

Desarrollo sí, pero con justicia; justicia y desarrollo sí, pero con democracia; y democracia sí, pero con desarrollo y justicia.  

Nos acercamos a un nuevo siglo, convencidos de que los tres árboles que le dan fuerza y amparo a nuestra nación: desarrollo, democracia y justicia, son inseparables; nacen del tronco de una misma aspiración, los nutre una savia común. 

Por eso nos duele tanto la separación que aún percibimos entre el rápido avance democrático del país, y los tremendos rezagos, y las intolerables injusticias que aún nos aquejan. 

El impulso económico que la revolución le dio a México, tuvo lugar porque se liberaron las fuerzas dormidas de la nación; la fuerza de sus trabajadores, de sus empresarios y de un Estado Nacional garante del equilibrio entre ambos. No siempre supimos mantener el adecuado equilibrio de los tres factores.  

Qué duda cabe sin embargo, que la organización de las clases populares, la empresa productiva y el Estado regulador se vuelven a imponer hoy, superados modelos que tuvieron su hora e identificadas deformaciones que nunca fueron admisibles, como la “triada”, trabajo, empresa y Estado, de un equilibrio que garantice el crecimiento con libertad y con justicia; pero ya no a partir, simplemente de la unidad, sino de algo más desafiante, de la diversidad que hoy caracteriza a nuestro país. 

Los problemas del año 2000 ya no son los del año 1900; aquellos eran los problemas del retraso abismal, de la marginación política, social y cultural de grandes masas, de la inmensa mayoría de la población.  

Estos, los de hoy son los problemas de las insuficiencias inadmisibles;  de las conciencias exigentes que nos dicen: “mucho se ha logrado, mucho se ha logrado, pero lo importante es no sólo saberlo, sino exigir que ahora se logre lo mucho que aún falta por hacer, hemos pasado de la revolución de las armas a las armas de la política”.  

La grandeza misma del país, sus realizaciones materiales, políticas y culturales a lo largo de este ciclo, son las realidades que nos piden más y mejores soluciones para los problemas de hoy. Muchos de ellos generados por el desarrollo mismo; pero otros determinados por la persistencia de antiguas, antiquísimas injusticias y desigualdades.  

Podríamos levantar aquí mismo en este honorabilísimo recinto una pirámide de quejas: queja del indígena, queja del campesino, queja del obrero, queja del emigrante, queja del ciudadano que respira aire contaminado, es asaltado, o secuestrado o asesinado, queja del niño sin escuela, de la madre sin alimentos, del padre sin empleo. 

Pero una vez en la cima de la pirámide y una vez que hemos levantado la vista al cielo del ideal qué nos queda si no volverla allá abajo, al pie de la pirámide, a la base de la construcción y aunar a la indispensable, a la saludable crítica, la ardua exigencia de la proposición.  

Y hay proposición más urgente y más factible para nuestro Siglo XXI que demostrar la  viable coexistencia de la responsabilidad fiscal y de la responsabilidad social.  

Sabemos quiénes somos, sabemos dónde estamos, vivimos en mundo globalizado; no es un mundo justo, pero puede ser un mundo mejor.  

No aceptamos una globalización que sólo mundialice la miseria. Y ello puede ocurrir, está ocurriendo, si apelamos a los datos negativos del fenómeno corremos el peligro de crear mundialmente una subclase estructural permanente, excluida de las bondades de un sistema de darwinismo global que sólo beneficie los más aptos y deje a la vera del camino desprotegidos a quienes se quedan atrás en la carrera, la creciente masa de los marginados.  

Y ya hay dos mil millones de pobres en el mundo, sólo en nuestra América Latina uno de cada cinco habitantes padece hambre; y la mitad de la población, 200 millones de latinoamericanos, vive o sobrevive con menos de 90 dólares al mes.  

En el Hemisferio Norte el 20 por ciento de la humanidad recibe el 80 por ciento del ingreso mundial, mientras que en el Sur la tercera parte de la humanidad vive en condiciones de extrema pobreza.  

¿Cómo resolver esta situación? Más que con la ayuda desde afuera nos toca pensar cómo nos podemos ayudar desde adentro. 

Hay un acuerdo general: que la educación es la vía más segura para superar desde la base, dentro de cada nación, este estado de cosas; pero la mala distribución del ingreso mundial se refleja también en el desperdicio global de recursos para la educación. 

Es inaceptable, nos dicen entre otros el Director General de la UNESCO, Federico Mayor, y el Director del Banco Mundial, James D. Wolfensohn, es inaceptable que un mundo que gasta aproximadamente 800 mil millones de dólares al año en armamentos, no pueda encontrar el dinero estimado en seis mil millones de dólares al año en contra de 800 mil millones de dólares al año, seis mil millones de dólares al año para dar escuela a todos los niños del mundo. Fin de la cita.  

Tan sólo una rebaja del uno por ciento en gastos militares en el mundo sería suficiente para sentar en un pupitre y frente a un pizarrón a todos los niños del planeta.  

Y no hay ni habrá recurso más seguro para acortar la distancia entre la velocidad del desarrollo técnico y científico en el primer mundo y su retraso en el nuestro que el camino de la educación.  

Es sólo el llamado más evidente a la causa que aquí proclamo, al recibir este inmenso honor del Senado de la República y de manos del Jefe del Estado, darle soluciones locales a los problemas globales.  

Es posible referirse una y otra vez a los datos negativos del fenómeno globalizador y la manera de superarlos, la lógica especulativa debe ceder ante la lógica productiva, la libertad de movimiento de las cosas, de las mercancías, no debe privar sobre la libertad de movimiento de los trabajadores, las cosas son libres, los trabajadores son cautivos, pero el trabajador migratorio le es indispensable a las economías desarrolladas en la era globalizada. El trabajador migratorio no debe ser el “chivo expiatorio” de  problemas y deficiencias propias del mundo desarrollado.  

La velocidad y universalidad de las comunicaciones es una de las grandes bondades de la globalización. Pero estamos tan bien informados mundialmente como creemos, la abundancia de la información significa que lo que se comunica importa, o estamos cediendo cada vez más  a una cultura de la banalidad  informativa y de los espejismos del espectáculo.  

El aspecto más positivo de la información global, sin embargo, es que ha logrado universalizar el concepto de los derechos humanos y que le ha otorgado a la violación de dichos derechos, carácter no sólo universal, sino imprescriptible.  

Estos son apenas cuatro facetas del fenómeno que contribuyen a confirmar que la misión, el conjunto social de una nación como México consiste en reanimar desde adentro los valores del trabajo, la salud, la educación y el ahorro, la crítica social y la experiencia democrática.  

Démosle al fenómeno global, que es un hecho y no va a decirnos adiós, su dimensión nacional y humana. Devolvámosle su centralidad al ser humano, al capital humano, abogamos por una mayor justicia en la relación norte – sur, ciertamente, pero la calidad empieza por casa y lo primero que los mexicanos debemos preguntarnos es: ¿con qué recursos contamos para sentar las bases de un desarrollo que nos permita ser factores activos del veloz movimiento hacia el Siglo XXI?  Creo que no seremos excepción a la verdad que se perfila con claridad cada vez mayor, no hay globalidad que sirva, no hay globalidad que valga sin localidad que sirva.  

En otras palabras, no hay participación global sana que no parta de gobernancia local sana, y la gobernancia local necesita sectores públicos y privados fuertes y renovados, el Estado es necesario, el Estado no es superfluo, no hay economía desarrollada que no cuente hoy con un Estado no grande sino fuerte, no propietario, sino regulador. 

 El mercado a su vez, es instrumento no dogma, a la iniciativa privada le  corresponde el interés a invertir, producir y/o  obtener ganancias, pero en el mundo de hoy le interesa también entender que el mercado no es fin en sí mismo, sino medio para alcanzar el bienestar compartido y un número creciente de consumidores.   

Y le conviene al sector privado colaborar con el Estado en las políticas de elevación del ahorro interno, capacitación de trabajadores, fomento de la conversión laboral, ampliación del acceso al crédito, la asistencia técnica y los sistemas de comercialización y distribución de los pequeños productores.  

Estado y sociedad; la sociedad sin Estado genera nuevos feudalismos, pero el Estado sin sociedad degenera en nuevos autoritarismos.  

Celebramos hoy en nombre de Belisario Domínguez la virtud de los espacios cívicos; de los espacios cívicos en los que la sociedad encuentra instituciones que le dan respuesta y las instituciones son objeto de vigilancia, de fiscalización por parte de la sociedad.  

Y es en este punto donde la sociedad civil, el tercer sector cumple el papel fundamental de crear fuentes entre los sectores público y privado, disolver antagonismos inútiles y afirmar compatibilidades de interés colectivo.   

La cultura, -para regresar al punto de donde arranqué- es obra de la sociedad entera. Es la sociedad la que la crea, la mantiene y la transmite. 

Nuestro país tiene,  cierto, muchas carencias.  La cultura no es una de ellas; la continuidad y riqueza de nuestra civilización nace en el alba indígena, se prolonga en la mañana de la Nueva España, como la llamó Alfonso Reyes; se raya de indio, de moro y de español, como dijese Ramón López Velarde; pero también de judío, de griego y de latino; se hace en la independencia contemporánea del Siglo de las Luces; readquiere en la Reforma el perfil de un Estado nacional, donde antes privaba la anarquía desangrante, y finalmente trasciende la falsa, de haber progreso sin libertad, para juntar en la Revolución todos los hilos de una cultura múltiple, variada, centrada en México, pero abierta al mundo. 

Somos dueños de la identidad mexicana, seamos ahora partícipes de la diversidad mexicana. 

Digo cultura y digo conocimiento. Digo cultura y digo de nuevo educación; pero digo educación, y pienso no sólo en escuelas; si no en talleres, fábricas, en centros de salud, en comunicaciones y pienso en hogares. 

Digo educación y pienso en capital humano, no sólo abundante, sino enérgico, inteligente y necesitado de instrumentos y hábitat básicos para rendir óptimamente sus frutos. 

Digo educación y pienso en iniciativas ciudadanas; pienso en la vida municipal; pienso en educación y pienso en políticas fiscales, ahorro, inversión, atracción de capitales productivos, liberación de la mujer, protección del medio ambiente, fortalecimiento de la empresa privada productiva del Estado regulador y de las organizaciones de la sociedad civil que le den en su conjunto el techo protector suficiente para su desarrollo a las mayorías desposeídas de México. 

Pienso en educación, para eliminar la injusticia, el abuso, la discriminación, la falta de respeto a nuestros conciudadanos, y sobre todo, la corrupción; la corrupción que es la forma más brutal de robarles a los pobres. 

Pienso en educación y pienso en una cultura de la legalidad, que despida para siempre la incultura, de la arbitrariedad. 

Pienso en educación y pienso en tolerancia; pienso en educación y pienso en experiencia; pero pienso en experiencia y pienso en destino; destino de los actos y destino de las palabras. 

Don Belisario Domínguez, unió ambos destinos; habló y actuó.  Demostró que no es cierto que sólo la acción cuenta y la palabra no importe. Para él, -es su gran lección- la palabra y la acción caminaban de la mano en días de sol y en noches turbias. 

No puedo pasar por alto, como mexicano de hoy, que don Belisario Domínguez era chiapaneco.   Sin duda, él no estaría hoy ausente de las dramáticas realidades de su estado natal, estado de frontera, estado límite de las contradicciones, carencias y potencias de México. 

Como no lo estamos nosotros, ninguno de nosotros. No me atrevo sin embargo, a adjudicarle al chiapaneco Belisario Domínguez, palabras o ideas que él ya no podría alentar o desalentar. 

Pero si creo posible pedirles a cada uno de ustedes, que imaginen en su fuero interno, qué lección, qué sabiduría y acaso qué angustia, nos comunicaría hoy el ilustre chiapaneco al que honramos en este día. 

Me limito a citar, lo cito: “vigilar de cerca, chiapanecos, todos los actos públicos de vuestros gobernantes; elogiarlos cuando hagan bien; criticarlos siempre que obren mal; ser imparciales en vuestras apreciaciones; decir siempre la verdad y sostenerla con vuestra firmeza entera y muy clara”. --Fin de la  cita-- 

En nuestro México plural, combativo y reflexivo, como lo deseaba Belisario Domínguez, sus palabras son una invitación para que cada uno de nosotros piense, y sabedor de que no hay verdades absolutas defienda la suya, pero respete la de los demás. 

Señor Presidente de la República, Doctor Ernesto Zedillo Ponce de León; señores representantes de los Poderes de la Unión; señoras y señores: Al recibir este inmenso honor que me hace a través del Senado de la República y de manos del señor Presidente de la República, mi país, agradezco que en México hoy podamos actuar y hablar con la libertad por la que dio la vida Belisario Domínguez. “Libres por la palabra libre”. 
  
Muchas gracias.